La habitación estaba dada vuelta y mi mirada al ras del suelo. Veía a mi mamá probarse las botas frente al espejo. Se miraba de costado, de frente, ponía el pie izquierdo más adelante y se levantaba unos centímetros el pantalón para que la bota se viera completa.
—Qué lindas te quedan, ma —dije desde la cama, con la espalda pegada al colchón y la cabeza colgando por el borde, cerca de sus botas.
—¿Te gustan? Son de cuero. No sé qué hacer. Todavía las puedo cambiar.
—¿De qué está hecho el cuero, ma? —pregunté.
—De vaca —respondió mientras se sentaba en la cama y empezaba a quitarse la bota del pie derecho.
—¿Cómo de vaca? —pregunté, cambiando mi posición de acostada a sentada.
—Y, de la piel de la vaca, Paulinita —dijo como algo obvio.
Me quedé callada.
***
Escuché un quejido que venía del patio del vecino. Un quejido mezclado con llanto. Agudo, largo. No era un sonido familiar.
—¿Qué es eso? —le pregunté a mi mamá, agachada junto al cantero, sacando la mirada de mi montaña de tierra y dirigiéndola hacia ella.
—Deben estar matando un cordero —respondió, mirando hacia otro lado.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté con el corazón dando saltos, corriéndome un mechón de pelo de la cara y dejando una marca de barro en el cachete.
—Se lo irán a comer esta noche —respondió como avergonzada por hacer explícitas las miserias del mundo.
Me quedé callada.
Los quejidos del matadero no los escuchamos.
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Una noticia dice que un hombre despellejó a su perro en el patio de su casa y un vecino lo denunció.
Los mataderos no se pueden denunciar.
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Durante décadas, yo también llevé en los pies pieles de animales teñidas, transformadas, recortadas. También participé en rituales alrededor del asador, con cuerpos humeantes que pasaban del rojo al gris sobre los barrotes de la parrilla mientras la gente alrededor bebía, reía, charlaba.
Comí pollos, atunes despedazados comprimidos en una lata y quesos de leche cuajada extraída de miles de vacas en cubículos diminutos, con máquinas enchufadas a sus ubres.
Comí goulash en el mercado de Budapest, ćevapi en Sarajevo y jamón crudo en España. También me compré una campera de cuero en Estambul; la piel que antes cubría la carne de una vaca pasó a cubrir la mía.
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Vi una historia en Instagram con el dibujo de un cerdito acorralado en la esquina de una habitación, acompañado por un texto que decía: «Lo mataron como a un animal». Más arriba: «Todos los animales merecen respeto».
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—Sí, gracias —respondía cada vez que el mozo pasaba con la tabla ofreciendo más carne. Aceptaba más de lo que quería. Quería convencerme. Mientras masticaba, pensaba: «esto es normal», «esto hacemos los humanos», «comé como hacen todos». Comí mucho. Deshice con mis molares pedazos de cuerpos de vacas, cerdos, corderos… hasta que el mozo dejó de pasar.
Estuve tres días con vómitos y diarrea.
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—Why did you become vegan?1 —preguntó Dave, con su acento de Yorkshire, a quien le entiendo un 40% de lo que dice.
—Sorry? Since when or why? —pregunté, un poco para corroborar la pregunta, otro poco para tener unos segundos extra para pensar la respuesta.
Nunca doy una respuesta que me satisfaga en español, menos en inglés, donde mi vocabulario y estructuras gramaticales son limitadas. Dije algo así como que me sentía culpable (guilty) comiendo animales.
—Guilty? —Hizo un sonido con la garganta y un ademán como espantando una mosca molesta.
—Yes, all animals have feelings, just like dogs —dije, con la esperanza de que apelar a su amor por los perros causara algún efecto.
La esposa de Dave contó que un compañero de trabajo había dejado de comer animales por ese motivo, «mucha gente lo hace», dijo. Y dio una explicación que me hubiese encantado poder dar a mí, aunque sea en español; fue tan buena que el propio marido le dijo «You could be a politician».
Todos nos reímos.
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Me da asco cuando Maxi cocina los trozos de pollo que se come en todas las cenas. Si paso cerca, esquivo con la mirada la tabla donde lo corta, y cuando los pone sobre la sartén, no soporto el olor. Prendo el extractor, abro las ventanas. Si no estoy preparando mi comida, dejo la cocina.
***
Como viajera, pensaba que iba a perderme una parte de la 'cultura local' que se refleja en la gastronomía, pero era una parte de la 'cultura' de la que no quería ser parte.
Y, al contrario de lo que imaginaba, me encontré con más lugares de los que esperaba con comida típica hecha a base de plantas: ayran en Estambul, currywurst en Berlín y dolma en Zagreb, por nombrar algunos.
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Pauli
De viajes y otros demonios
P. D. Si bien el día mundial de los animales es el 4 de octubre, en Argentina se celebra el 29 de abril. De chica lo celebraba con las mascotas de mi familia, hoy lo celebro con este texto.
Why did you become vegan? → ¿Por qué te hiciste vegana?
Sorry? Since when or why? → ¿Perdón? ¿Desde cuándo o por qué?
Guilty? → ¿Culpable?
You could be a politician → Podrías ser política.
Me encanta conocer a más compas veggies, Pauli :) Me pasó un proceso muy similar al tuyo, crecí toda la vida comiendo carne, pero llegué a un punto en lo que no soportaba más la idea de ser responsable por tantas muertes. Hace cinco años soy vegerariana y espero algún día embarcar en el veganismo. Fue muy difícil para vos adaptarte? Hay algo que te costó más o menos?