La suerte de vivir viajando
Estaba sentada en el sillón de mi casa fantaseando con lo lindo que sería viajar más cuando una nube de polvo dorado apareció a la altura de mis ojos
Estaba sentada en el sillón de mi casa fantaseando con lo lindo que sería viajar más cuando una nube de polvo dorado apareció a la altura de mis ojos. A los pocos segundos empezó a formarse la silueta de un hada que moviendo su varita me dijo: Te concedo el deseo de vivir viajando.
Me pregunto si eso es lo que creen las personas cuando vomitan frases como ¡Vivís viajando, qué suerte! Pero nadie te pregunta cuánto te costó, a qué renunciaste, qué desafíos enfrentaste. También en presente: cuánto te cuesta, a qué renunciás, qué desafíos enfrentás.
Charlando con Danie de Viaje, comentábamos que este tipo de comentarios está naturalizado respecto a los viajes, pero no en otras situaciones.
¡Te compraste un auto, qué suerte!
¡Conseguiste ese trabajo, qué suerte!
¡Terminaste la universidad, qué suerte!
En estos casos, la mayoría asume que hubo renuncias: gastar dinero en el auto y no en otra cosa, ahorrar o endeudarse. Nadie piensa que fue por suerte.
¿Por qué los viajes están tan relacionados con sucesos fortuitos? Como si un pasaje a un punto alejado del mapa apareciera de la nada en tu mesa mientras unas manos mágicas te preparan la valija y un asistente, también mágico, resuelve la parte burocrática: seguro de viaje, alojamiento, traslados, dinero, etc.
Renunciaste a tu trabajo, qué suerte.
Afrontaste riesgos, qué suerte.
Te deshiciste de todas tus cosas, qué suerte.
Ninguna de estas acciones suena bien si se adjudican a la suerte, ¿verdad?
Cada vez que las palabras ¡Qué suerte! se resbalan de los labios de alguien, siento la necesidad de dar explicaciones.
—También tiene sus cosas. Hay que lidiar con la diferencia horaria, trabajar de madrugada, armar y desarmar valijas es estresante. Los días previos a un control de fronteras me brota un sarpullido. Vivir viajando no es lo mismo que estar de vacaciones…
Siento la obligación de justificar que no es suerte ni tampoco es idílico.
¿Existe la suerte? ¿Existen personas con buena suerte o mala suerte? Definitivamente no adhiero a esta última idea. No creo que haya personas tocadas por la varita mágica para recibir buena o mala suerte de por vida.
Creo que la suerte existe en dosis pequeñas: que te toque ventanilla en el avión, viajar a Zermatt un día de invierno y que las nubes te dejen ver el Matterhorn, que el primer café al que entrás tenga opciones veganas, música agradable y no haya murmullo.
Ahora me gustaría saber qué opinás vos. ¿Creés en la suerte? Acepto opiniones diferentes a la mía 😆.
Gracias por leer y te recuerdo que si te dan ganas podés responderme este mail o dejar tu comentario en Substack.
Pauli
De viajes y otros demonios
Me encuentro con este post por pura casualidad (¿o no?) y no creo que sea suerte, creo que son decisiones (decisiones que siempre implican también renuncias), pero tu cara de felicidad en esa foto lo dice todo, sonríes con los ojos, sonríes con la cara entera, es expresión genuina de alegría.
Así que, aún con renuncias, hay decisiones que valen la pena ❤️
Qué gusto ha sido encontrarte y leerte 😊
Creo que estas preguntas, inquietudes, incomodidades que nos traes en este texto, serán parte de un fenómeno de época. Ahora no sabemos qué decir, cómo acompañar. Tenemos miedo a la cancelación. Porque contar cómo nos sentimos puede tocar sensibilidades, hacer ruido. Yo siento como que no tengo permiso para hablar de estas cosas. Como si los privilegios que me permiten estar donde estoy hicieran sombra a todos los enigmas, insatisfacciones, frustraciones, imposibilidades que van de la mano. Puedo viajar, entonces no puedo sufrir por no tener amistades. Puedo tener amistades, pero no puedo contarles mis sufrimientos cotidianos (que no desaparecen al cruzar fronteras) por estar viajando. La cancelación es un fenómeno de esta época. La practicamos sobre quienes nos ofenden, y la padecemos cuando ofendemos sin querer o sin saberlo. Me cuesta hablar de estas cosas sin generalizar. No consigo contar algo propio porque temo que se venga esa cancelación. O, peor: un silencio. Un vacío. Que a nadie le importe. Que haya hablado “al pedo” y pierda la atención, el interés de quienes hasta hace nada se interesaban por mis historias de viaje. Pero, igualmente, creo que es necesario contar. Como podamos. Porque nos permite conectar con lo que hay de humano en todas las trayectorias: las viajeras y las no tanto. Lo que hay en común: una exigencia que nos abruma, nos consume, nos aprieta y no logramos detenernos a pensar qué límites podemos poner, o si queremos ponerlos.