Los beneficios de cuidar mascotas en el extranjero los saboreé incluso antes de empezar. Viajar sin pagar alojamiento y visitar países que hasta ese momento estaban fuera del mapa, era una idea seductora.
Experiencia tras experiencia, descubrí más ventajas: alojarme en barrios y casas auténticas, que no fueron preparadas para turistas; verme obligada a mejorar mi inglés y conocer la cultura local más de cerca.
También encontré nuevos desafíos.
Siempre sentí un poco de tristeza al dejar una ciudad, sobre todo después de una estancia larga: cuando aprendo a caminar por el barrio sin Google Maps, a saludar en el idioma local o a reconocer a los vecinos, toca el momento de marcharse.
Ahora, además de la despedida de una ciudad, de un barrio y de un hogar, también tengo que despedirme de nuevos amigos de cuatro patas, también de tres, en el caso de Tequila (aclaración en la P. D.).
No pensé que esta parte iba a ser tan dura. Con quienes he compartido más tiempo, ha sido todavía más difícil. Se vuelven parte de mi familia y de repente llega un día en que toca armar las valijas, recibir a los dueños de las casas, y decirle adiós a mis amigos peludos que tanto cariño me dieron.
Hace poco, tuve la primera experiencia de volver a una misma casa y reencontrarme con “la tribu”, como le dicen los dueños: Humphrey, Amber y Cherry. Perro, perra y gata.
Cherry tenía 18 años la primera vez y me sorprendió lo activa que era para su edad, la gata más vieja que conocí. Esta vez estaba más quieta. A veces salía al patio y se echaba al sol, aunque ya no subía a la tapia. Se notaba que estaba más viejita, pero seguía sorprendiéndome su vitalidad.
Los dueños le abrían la puerta del patio a las 5 a.m. A las 6:30 a.m., cuando me levantaba yo, ya estaba impaciente. Cada mañana, al abrir la puerta de la cocina, donde ella dormía, desde la mesita ratona maullaba como retándome: “Es tarde, humana holgazana. ¡Abrime la puerta y dame de comer!”, y saltaba al suelo. A media mañana, se subía al sillón y le exigía caricias a Max. Bromeábamos con lo exigente que era. Decíamos que era nuestra jefa.
Hace un mes, nos despedimos de la tribu por segunda y última vez. La tribu ya no existe.
Anoche, la dueña nos escribió contándonos que hoy Cherry dormiría para siempre. Si bien a la vista parece una gatita saludable, le encontraron un tumor que le está afectando los órganos internos.
Cuando empecé a hacer housesitting, no había contemplado este tipo de situaciones. No había pensado que podía querer a las mascotas de otros como si fueran mías, que disfrutaría tanto de su compañía ni que me dolería tanto su partida.
Sin duda, es la peor despedida que he tenido en estos dos años de cuidar animalitos por el mundo, pero celebro haberla conocido.
Fue un gusto, Cherry. La tribu ya no será la misma.
Gracias por leerme y, si te dan ganas, podés responderme este email o dejar tu comentario en Substack.
Pauli
De viajes y otros demonios
P. D. Si me leés por primera vez y te da curiosidad esto de viajar cuidando mascotas, tengo un artículo en mi blog de viajes sobre house sitting y una lista de reproducción en YouTube con varios videos sobre alojamiento gratis a cambio de cuidar mascotas.
P. D. 2. Tequila es una perrita que cuidé en Alemania, pero los dueños la adoptaron en Tailandia. Fue la primera vez que cuidé una perrita con tres patas. La única diferencia con los perros de cuatro patas era que se le salía el arnés. En este video podés ver a Tequila.